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viernes, 26 de febrero de 2010

A tres años de la abolición del Limbo



Ahora dicen que somos una noción medieval, una errónea hipótesis teológica. Cuando lo supimos, hace tres años, volteamos a mirarnos los rostros, para intentar descubrir si la incredulidad individual se convertía en indignación colectiva. Fue el 19 de enero de 2007 cuando Su Santidad Benedicto XVI, en una reunión con el cardenal Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo anunció oficialmente:

"El Limbo queda abolido"


Así nomás, como si anunciaran una plaza de trabajo en un hotel, dijeron en el Vaticano:

"La gracia, tiene prioridad sobre el pecado, y la exclusión de niños inocentes del cielo no refleja el amor de Cristo por los más pequeños. El Limbo era un problema pastoral urgente, ya que cada vez son más los niños nacidos de padres no católicos que por tanto no son bautizados, y muchos otros no llegaron a nacer porque antes fueron víctimas de abortos."


Acá, no podíamos comprender del todo lo que estaba ocurriendo. Ni siquiera aquellos que carecen de rostro se mostraron indiferentes. Desde el principio de nuestros tiempos habíamos sido excluidos, y aún con esa condición de parias, de malditos de Dios, teníamos un estatus. Ahora ya no nos quedó destino.

Tradicionalmente el Limbo, había sido "el no lugar" al que éramos confinados los niños sorprendidos por la muerte sin haber recibido el santo sacramento del bautismo, y los adultos muertos antes de la resurrección de Jesucristo. Pero los doctores de la iglesia de los que se sirvió Su Santidad, para acabarnos, se olvidaron incluso de las buenas maneras, de las costumbres, de siglos de tradición. Nunca nos lo notificaron.

Cuando todo se pierde, buscamos identidad en el espejo del origen, en las palabras que nos engendraron, que no en todos los casos son de amor...


Limbus, lugar donde se detenían las almas de los justos del Antiguo Testamento, esperando la llegada del Mesías, y adonde van las almas de los niños que mueren sin bautismo...

Limbo, parte plana de una hoja de pétalo... Orla de un vestido...

...En los linderos de la muerte, del valle de las sombras, al borde del infierno, solía haber un anillo conocido como Limbo, que se dividía en:

El limbo de los patriarcas o de los mayores, morada de las almas de los justos que murieron antes de la redención de Jesucristo...

El limbo de los niños, donde yacen los infantes que sin haber pecado, cargan con la culpa del pecado original...

A Dios le gustan las paradojas, pero más a sus sacerdotes...

En el limbo no habías de hallar "un castigo externo". Dice Virgilio a Dante:

"El castigo consiste en vivir con deseo, pero sin esperanza de satisfacerlo".

Se regocija al enunciarlo, al articularlo. Eso nos molesta, es vileza.

La otra certeza maldita era: a diferencia del purgatorio, el Limbo era un destino permanente.

En algún momento del juicio final, el Eterno decidiría nuestra suerte. Ahora, no tenemos ni estatus legal..

Hubo un tiempo en que el Limbo tuvo más prestigio que el purgatorio, porque desde aquí podíamos escuchar las voces de los vivos... Y ellos podían escucharnos...

No es extraño. El alma del padre Adán fue sacada de aquí, cuando el Eterno bajó al Limbo...

Hay, en la tierra, quienes creen que, en el Limbo, algunos nonatos penden de las frondas de los árboles y tratan de alcanzar con sus dedos tiernos el suelo, inalcanzable, donde yace la sal de la tierra y el agua de la vida. Pero los sin rostro no penden de árboles. Juegan a decir palabras de amor, estériles, como ellos, creen que el sexo es algo bueno, aunque no tienen idea de lo que es. Por eso se sienten divinos. Aún así nunca se sienten ofendidos. Sólo ahora, que nos han abolido por decreto.

Tres años después, nos mudamos. Siempre supimos, incluso antes de Internet, que la sombras de la realidad tenían un sitio adecuado para nosotros. Primer deseo satisfecho...

El último apaga la luz, y el primero activa el CPU...